Transmilenio

Un Chico de admirar

Bajo el resplandor del sol matutino, cuando las calles comienzan a llenarse de personas apresuradas en sus quehaceres diarios, un joven con determinación en los ojos se encuentra en la estación de Bicentenario. Su corazón late con fuerza mientras observa el flujo constante de biarticulados que se detienen y parten. Con cada aliento, se prepara para un desafío que le resulta abrumador: pedir ayuda para financiar los materiales de su tarea. A pesar de su tartamudez, sabe que debe intentarlo. Con un suspiro profundo y un nudo en la garganta, el joven reúne coraje y se embarca en el bus L18. Con el corazón latiendo desbocado, el joven se acerca al primer vagón, pero sus palabras se traban en su garganta, como si una invisible mano le impidiera expresarse. "Yo... yo...", tartamudea, luchando contra la frustración que amenaza con abrumarlo. Finalmente, reuniendo valor, continúa: "Disculpen. No tengo problemas en casa, ni nadie está enfermo. Siempre tengo comida en mi plato. Solo... solo estoy aquí porque necesito un poco de ayuda para comprar los materiales que me faltan para terminar mi proyecto y seguir con mis estudios".

 El joven se siente vulnerable exponiendo su necesidad de esta manera, especialmente en un mundo donde tantas voces claman por ayuda con historias de dificultades extremas. Sin embargo, su determinación y honestidad brillan a través de las palabras entrecortadas. Mientras los pasajeros lo observan con atención, algunos con escepticismo y otros con compasión, el joven espera en silencio, con la esperanza de que alguien escuche su pedido y le brinde una oportunidad de avanzar hacia sus sueños. Algunos pasajeros lo miran con curiosidad, mientras otros desvían la mirada, sumidos en sus propios pensamientos. El joven, con el pulso acelerado, continúa su relato entrecortado, tratando de transmitir su necesidad con la mayor claridad posible. "No pido mucho, solo una pequeña ayuda para poder comprar los materiales y finalizar mi proyecto. Estoy dispuesto a trabajar duro y hacer lo que sea necesario para seguir adelante con mis estudios", murmura con determinación, esperando que sus palabras encuentren eco en el corazón de alguien. 

En medio del silencio tenso, una mujer de anciana edad se acerca tímidamente. Sus ojos reflejan compasión mientras saca un billete de su bolso y se lo entrega al joven. "Espero que esto te ayude", dice con una sonrisa cálida. El joven, abrumado por la generosidad inesperada, balbucea un sincero "gracias" antes de tomar el dinero con manos temblorosas.

Mientras observaba la escena desde mi asiento, una oleada de emociones me invadió. Me sentí repentinamente pequeña, consciente de lo insignificantes que eran mis propios problemas en comparación con las batallas diarias que enfrentaba este joven. Me avergoncé de las quejas triviales que alguna vez había expresado, ahora eclipsadas por la lucha genuina por el progreso.

 A medida que el bus avanzaba por las calles de la ciudad, me sumí en una reflexión silenciosa, preguntándome qué habría sido de aquel joven y su valiente búsqueda de educación. Lamentablemente, nunca supe cómo terminó su historia ni qué obstáculos encontró en el camino pues antes de observar algo más su recorrido terminó en la estación de calle 45. Sin embargo, su determinación y coraje resonaron en mí, recordándome la fortaleza del espíritu humano y la importancia de apoyarnos mutuamente en nuestras luchas individuales. 

© 2024 Bogotá y sus historias - Gabriela Galindo Posada
Creado con Webnode Cookies
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar